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30 de septiembre de 2012

2.-SU CASA, I



La belleza que se nos ofrece en las distintas imágenes de la figura de la Virgen, de su cara, nos ha impulsado a repetirlas; son las mismas pero, cual si tuvieran vida, nos parece que la expresión cambia de una a otra … Ahí quedaron, a mano para recordarlas. 

Eso mismo sucede con el entorno, cualquiera de sus elementos o detalles merece la pena. No es posible todo, pero intentamos que se contemple cuanto más. Si no es por cariño que sea por admiración. Habrán sido tantos los sueños, los desvelos; los afanes, los trabajos; alegrías y tristezas; deseos, esperanzas, ilusiones, realidades, fracasos y éxitos; tanto de esa variedad de sentimientos de la vida, lo que fue tejiendo el componente de la devoción a esta nuestra Virgen y que dio lugar a esa belleza que deseamos mostrar... 

Comenzamos el recorrido por el exterior; unos toques de lo mucho que ofrece para ser disfrutado.. 





Pasamos a visitar su casa, construida y mantenida por las sucesivas generaciones con ilusión, trabajo y sacrificio. Pero sobre todo, con amor. No han consentido prescindir de su propiedad. ELLA  vino a esta Villa y la queremos para siempre con nosotros, ahí arriba, cuidándonos.



El pórtico, amplio y luminoso, cobijo agradable en citas y reuniones numerosas que, -incluso en el recuerdo a difuntos- siempre aparecen con ambiente festivo. ¡Por la presencia de la Virgen!


   Entrando por la puerta sur, tras mirar la pintura mural de enfrente, levantar la cabeza y girando a uno y otro lado contemplar bóvedas, claves, inscripciones, el hermoso coro y órgano,  
hay que detenerse...







  ...¡¡¡Es una explosión de luz y color, luz de oro y color de gozo!!! Abrir los ojos ante el retablo del Altar Mayor es encontrarse casi, casi en ¡La Gloria!. Sensación que se redondea con el placer de admirar las vivencias en él plasmadas y el que origina las reflexiones que sugieren.




Continuamos con el Altar Mayor, añadiendo y repitiendo escenas de las plasmadas en ese magnífico retablo, gozo y orgullo de los arceniegueses, de todos, incluídos los que apenas lo visitan. Los que sí vienen y aman el arte y la belleza, añaden el gran placer que encuentran en su contemplación. Todo se ha ido organizando  en esa CASA de nuestra Virgen, para su adorno y contento y, ELLA, lo compensa a tope.


Se ha de admirar el detalle coqueto que los artistas plasmaron en esa representación de la Virgen como madre que amamanta a su hijo a la vez que es coronada Reina de Arceniega y su comarca. El adorno en torno a su cuello es una delicia. Invita a copiarlo cual modelo especial en una joyería.


En la parte central de la base tenemos una expresiva "Última cena". En las ocasiones en que nuestro espíritu recibe el regalo "de sentir lo trascendente", la mente nos situa precisamente en ese escenario...  ¿Qué sintió Cristo para realizar el milagro más grande que se puede imaginar?


Amor y dolor inmensos. Tristeza y soledad infinitas...  No quiso separarse de aquellos seres a quienes conocía y quería, rechazó la pérdida de su presencia física -como nosotros nos rebelamos ante la muerte de un ser querido. El dolor era punzante... "Sin pensarlo más, sin haber sido anunciado por escritos ni profecías, ni siquiera por Él mismo, sus dos naturalezas funcionan al unísono, una percibe -la humana- la pena gigante, la otra -la divina- CONVIERTE EN PAN Y VINO  SU CUERPO Y SANGRE y la remedia........"   Así, sencillamente.  Se quedó para siempre con nosotros. Sin imponerlo, dejándolo a merced de nuestro deseo.   Si tuviéramos conciencia clara de tal realidad ¿actuaríamos con la ligereza  que usamos en ese instante sublime de la Comunión?.  ¡¡¡NO!!! Por desgracia, tan solo disfrutamos de ráfagas que nos permiten adivinar su grandiosidad...

Terminado este desfile de imágenes, descansemos admirando algunas piezas sueltas merecedoras de ser vistas. Como todo en este recinto del Santuario, la materia-base es el cariño entretejido con la ilusión.¡Nos entusiasma nuestra Virgen!  ¡Nos enloquece su belleza!, la belleza con la que nos la presentan ideando la real.





Para ir completando este paseo por el interior repetimos el altar Mayor con otra variedad de adorno; la tumba del Obispo D. Cristobal de la Cámara y Murga (hijo de Arceniega), más una foto antigua que nos traslada a tiempos ya muy lejanos...




Porque pasaremos ante los seis retablos menores laterales para conocer las preferencias de devoción, las adivinaremos mirando las imágenes de algunos de los santos elegidos por nuestros antecesores. Hay un retablo que, sin lugar a dudas, lo encargaría algún indiano llegado de Mexico: quiso tener "su madrecita de allí en la casa de la de aquí"...
También está la Capilla del Cristo. La describiremos aparte, hay mucho material para ello.


*Para explorar en detalle el retablo, ir aquí (foto de Enrique Ortiz de Zárate)

8 de septiembre de 2012

Arceniega desde el corazón




En esta tranquila villa, en este durmiente rincón alavés sucede esto:

 Decir VIRGEN DE LA ENCINA es decir ARCENIEGA. Si no lo puntualiza la voz lo hace el corazón. Nos ha sido transmitido ese auténtico y real, grande y doble cariño, por las muchísimas generaciones anteriores. Cariño que por ser vivido muy intensamente, casi se ha transformado en un gen más de nuestras células reproductoras.

1.-SU FIGURA














Hay mucho escrito y comentado de palabra, mucho plasmado en fotografías, pinturas, dibujos y en cuanto sirve para dar a conocer a tal madre espiritual, saber de sus regalos y de la Casa que construyeron y decoraron sus hijos, orgullosos al tenerla como una vecina más... Aunque todo es muy conocido, ha de verse aquí una pequeña muestra como expresión de sentimientos, no en vano este capítulo se titula “Arceniega desde el corazón”.





Para entender lo que un vocablo, un nombre, puede despertar en el espíritu humano, crear, dar vida, alimentar en las distintas etapas del transcurrir de los años, reproducimos lo plasmado en papel por un hijo de la villa. Viene a ser un resumen de sentimientos y de vivencias en un recorrido físico de lugares queridos referidos a la devoción a esa Virgen y que, por pertenecer a la etapa de la infancia, resultan inolvidables; permanecen como incrustados en la mente y en el corazón.